domingo, 1 de julio de 2012

¡Presente, mi General!


La palabra lealtad, no cotiza en bolsa… La lealtad, tampoco. Lamentable.
Añoro épocas en que dar la palabra, era firmar un documento. Añoro los compañeros esos, que casi no quedan, y se jugaban en serio.
Añoro los sueños colectivos. La convicción que supieron legarme. Ese saber que para estar mejor, todos debemos estarlo.
Añoro la Patria de los únicos privilegiados, en la que supieron criarme, aunque ya no era.
Añoro tus manos, alzándose desde el balcón hacia la plaza.
Tus manos, serruchadas, cercenadas, por la sinarquía internacional. Tus manos de padre de todos… Tus manos, que no pueden reemplazar las mías.
Supe, a edad muy temprana, que solo muere aquel que es olvidado.
General, no has muerto, porque tus soldados seguimos de pié, defendiendo cada una de tus conquistas. Mis manos, no alcanzan, pero somos miles… ¡millones de manos!
¡No habrá serruchos suficientes!
No podrán cortar de la historia, al gran hombre que marcó nuestro destino.
Nunca podrán, porque tus únicos privilegiados, hoy, somos tus manos.
Porque no nos olvidamos, del IAPI y del Estatuto del Peón de Campo; la Constitución de 1949; los complejos hidroeléctricos; los abuelos con sus derechos elevados a rango constitucional; el Banco Central, los Ferrocarriles y la Administración de Puertos, arrancada a los ingleses; las cárceles despobladas, el pleno empleo… ¡La dignidad, General… la dignidad!
Mi General, cito a nuestra Jefa Espiritual, y le digo: “Soy peronista por conciencia nacional, por procedencia popular, por convicción personal”… Somos la llama de cada 17 de octubre, de cada 17 de noviembre. Los que mojados en llanto, lo acompañamos ese fatídico 1° de julio, en el que el cielo no tuvo vergüenza, y lloró, al lado de sus grasitas, sus descamisados.
Somos los que apoyamos a sus tres gobiernos hasta el último aliento, los que solo respiramos para reivindicarlos.
Somos su ejército, de soldados agradecidos y convencidos.
Somos, los que le decimos: ¡Gracias, mi General! ¡Gracias, General del Pueblo, Compañero en Jefe!
¡Nos veremos, mi General, en la próxima barricada que levante el pueblo!
Mis manos, son sus manos, aunque no alcance, sobra, porque somos millones…

miércoles, 7 de marzo de 2012

Al gran Pueblo Argentino, ¡Salud!

En la Salud pública hubo dos momentos: antes y después de Ramón Carrillo.

Creador del ministerio de Salud pública y Asistencia Social de la Nación, su invaluable labor, trascendió las fronteras del país, y se proyectó a toda América Latina y el mundo.

Sus principios constituye una de las bases de la Organización Mundial de la Salud, en especial, cuando declara a la Salud como un derecho inalienable de los pueblos y obliga al Estado a garantizarla de forma indelegable.

Su gestión, se desarrolló entre 1946 y 1954, año en que Ramón se aleja del Ministerio por problemas de salud.

Abrazó la causa de la salud pública con fervor. Se dieron en ese tiempo transformaciones colosales, que permiten asegurar que casi toda la infraestructura de salud con la que el país cuenta hoy se debe a esa gestión, realizada en conjunto con la Fundación Eva Perón: en sólo ocho años, se construyeron 4229 establecimientos sanitarios en todo el país. Esto amplió la capacidad hospitalaria en 130.180 camas. Jamás antes ni después la salud pública argentina recibió un impulso de esta magnitud.

La tasa de mortalidad infantil disminuyó claramente y la esperanza de vida al nacer aumentó de 61,7 años promedio a 66,5 en menos de una década. En 1947, inaugura el Instituto de Medicina Preventiva y su gestión edita el Plan Analítico de Salud Pública de la Nación. En 1949, publica su obra Política Sanitaria Argentina, considerada –junto con Teoría del Hospital (1953) – un tratado de consulta, aún hoy, en todo el mundo.

Impulsó y creó la especialización de médicos higienistas, hoy sanitaristas. Innovador, crea en 1948 los centros de salud, e inaugura los primeros 50. Decía entonces: “El centro sanitario es un conjunto de consultorios polivalentes, con servicio social, visitadoras sanitarias y bioestadística, para captación de enfermos, reconocimiento de sanos y tratamientos ambulatorios, en tanto que la Ciudad Hospitalaria funciona siempre en correlación con uno o más centros sanitarios”.

Se erradicó por completo el paludismo y enfermedades como sífilis y tuberculosis disminuyeron a niveles equiparables a países más desarrollados. Los argentinos debemos saber que el Servicio Nacional de Salud británico, considerado ejemplo de un sistema universal y público, data de 1949. Ya para entonces el sistema público de salud argentino superaba al británico, tanto en recursos aplicados como en resultados obtenidos.

Frente a quienes lo negaban y aún hoy lo niegan, escribió con amargura: “Si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre el esfuerzo donde dejé mi vida”. Aspiramos a que, en la necesaria restauración de los paradigmas que tanto necesita nuestra querida Argentina al comienzo del siglo XXI, los miles de jóvenes que abrazan cada año la vocación por la medicina quieran seguir su ejemplo. Carrillo nunca postuló al Premio Nobel de Medicina, pero por su obra gigantesca y la dimensión de su humanismo ilimitado, está merecidamente en el nivel de nuestros Nóbeles.

Sufría hipertensión arterial, tal vez secuela de una grave difteria padecida a los 31 años, que casi termina con su vida. Por este motivo, renuncia a su cargo, y se reintegra a la cátedra de Neurocirugía e inicia un curso de Anatomía funcional del Sistema Nervioso. Ese año, se le propone una beca para realizar el estudio de un nuevo antibiótico en EEUU.

El 15 de octubre de 1954, Carrillo verá por última vez la ciudad de Buenos Aires. Se va, con la esperanza de cumplir el objetivo de la beca y recuperar su salud.

La noticia del golpe que derrocó al General Perón, lo encuentra viajando de Nueva Cork a Boston, con su señora.

Su hermano Belisario, le escribe, anunciándole un panorama funesto: Santiago Carrillo estaba prófugo, Alfredo Carrillo y Farías Gómez, presos.

Los medios económicos para financiar su estadía fuera del país fueron bloqueados, y su casa particular, invadida por una “comisión investigadora”.

Con escasos recursos, abandona Estados Unidos y acepta un cargo de médico de una compañía de explotación de metales en Belém do Pará, Brasil. Un amigo norteamericano, le consigue un puesto en la mina de oro Aurizonia, en plena selva brasilera, a un par de horas de viaje de Belém, vía río Amazonas.

Decide enviar un telegrama al General Lonardi poniéndose a disposición del gobierno de facto para ser investigado.

Carrillo no recibió respuesta, pero al tiempo se enteraría de la interdicción de sus dos propiedades, el allanamiento de las mismas y el secuestro de cuadros y libros bajo la acusación de "enriquecimiento sin causa".

En su defensa, la hermana de Carrillo se presenta ante la Junta Nacional de Recuperación Patrimonial demostrando la legitimidad de los bienes.

Cuando venció su contrato igual permaneció en el nordeste de Brasil, en Belem do Pará, ejerciendo como médico rural, atendiendo gratis en un hospital, hasta que sufrió un accidente cerebrovascular que lo llevó a la muerte, el 20 de diciembre de 1956, sumido en la total pobreza.

En 1972 sus restos fueron repatriados y enterrados en Santiago del Estero, como él lo había pedido. Los periódicos ignoraron en su casi totalidad la penosa noticia, o escuetamente publicaron una breve referencia.

Esta demora de 16 años se debió a que la dictadura de Aramburu y Rojas se opuso a la repatriación de sus restos por "razones políticas".

“Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”, repitió hasta el cansancio.

Al Maestro, con cariño

Luis María Albamonte, más conocido como Américo Barrios, fue un periodista y escritor profundamente ligado al peronismo.
Después de 1955 acompañó en su exilio al General Juan Domingo Perón, compartiendo con éste los primeros años de su exilio.
En 1964, estando en el exterior, fue citado por Héctor García, para que se pusiera al frente de la edición matinal de "Crónica", que muy pronto creció hasta límites extraordinarios en sus cifras de venta.
Para Barrios, no sería la primera experiencia al frente de un medio tan importante. Durante el gobierno peronista, desempeñó el mismo cargo en dos medios de gran circulación: "Democracia" y "El Laborista".
En la edición de la revista Así, del 6 de noviembre de 1964, publica la nota N° 18 de una serie, que salían en esta revista, bajo el título “Con Perón en el Exilio”.
A continuación, reproduzco un fragmento de esta nota, donde da cuenta de la profunda admiración y respeto que el General sentía por uno de los más grandes hombres que tuvimos en la causa: el Dr. Ramón Carrillo.

Maestro del Maestro

   (…) De pronto, le pregunté al General Perón de que hombre había aprendido más en su vida.
El General Perón quedó un minuto pensativo. Daba la sensación de haber apresado la imagen de ese hombre, y que estaba analizándola, rodeándola de cariño y de admiración.

   La pregunta era importante, porque el General Perón hace muchos años que vienen actuando como maestro. Sus exposiciones son siempre clases, enseñanzas, como si repitiera las de sus cursos cuando era profesor en la Escuela Superior de Guerra, pero ahora con un sentido más ecuménico, universal. Yo estaba impaciente por conocer el nombre del hombre tan singular. Perón había conocido personalidades gloriosas en Italia, Alemania, Francia, España, América. Yo no tenía la menor idea acerca del hombre extraordinario a quien el General Perón, alguna vez, podría haber llamado maestro, sin que el título hubiera perdido vigencia para él. Y me dijo resueltamente:

-El hombre de quien más aprendí en mi vida se llama Ramón Carrillo.
Yo conocía a Ramón Carrillo, Médico, célebre, hombre de cultura general profunda, escritor notable, jamás limitado por las vallas comunes de la vida y del conocimiento, encontraba siempre una puerta para avanzar un poco más, y desde el otro lado contemplarse a si mismo y a los demás, demorados en la marcha porque había que andar con todos, con su ritmo y con sus ignorancias. Y era, además, una persona buena, todo corazón.

-¿Y qué aprendió de él, General?

-Aprendí esas cosas sencillas, pero reveladoras, que hacen al conocimiento de la condición humana, y a las relaciones entre las personas. Algo que vale tanto como un “placet” para transitar la senda justa del hombre. La verdadera…

   Por aquel entonces el doctor Ramón Carrillo andaba internado en la selva brasileña, ganándose trabajosamente la vida en el infierno del Amazonas.
Había sido Ministro de Salud Pública de la Nación.

martes, 21 de febrero de 2012

Tu remera


Llegué a las Islas, con una mezcla de coraje y pavor peleando en mis venas.
Ninguno de los que volvió, fue el mismo. La guerra marca la carne y el alma.
En esa yerra, se gestaron hermandades, cobijadas por el amor a la Patria, y el recuerdo de la familia que esperaba nuestro regreso.
Se apilaron en mis pupilas, historias de bravura y heroísmo, que regresan cada noche.
Las trincheras tienen una forma muy particular de parir hermanos.
En esas hermandades se apoyó mi vida, cuando volví para convertirme en un fantasma, al que la memoria desvencijada de una sociedad que miraba para un costado, despreciaba.
Vagué años arrastrando recuerdos y repitiendo escenas en mis sueños.
Me pregunté cada día, si hubiera podido hacer algo más.
Me lo pregunto hoy.
Y repaso caras y nombres en mi mente, porque me parece que recordarlos, es como mantenerlos un poquito vivos.
Me esfuerzo para que no se escape de mi cabeza, por momentos, aturdida, el tono de voz, o el brillo en la mirada, de mis hermanos que nunca volvieron.
No quiero olvidar la gracia que me causó un sapucai del correntino, que celebraba el regreso de un compañero. Para él, era una forma natural de manifestar la alegría. A mí me sorprendió.
Él se quedó a custodiar nuestras Islas. A mí, me tocó volver.
Y te juro, changuita, que después de treinta años, su sapucai me despierta algunas noches.
Y me estremece, más que el recuerdo del frío, el miedo, las balas silbando, el olor de la sangre y los ojos abiertos, pero sin vida.
Pasaron tres décadas, a fuerza de acumular días y noches, de recuerdos y lágrimas.
Muchas veces, sentí el afecto del Pueblo que defendimos, y me gratificó.
Pero hoy, te vi.
Usabas un aire despreocupado, que huele a adolescencia, una sonrisa que desperdiga juventud, y sentí nostalgias de esos días.
Pero también usabas una remera, con la estampa de una bandera, que sangraba sin que lo notaras.
Sangraba con la sangre de mis hermanos. Con la de tus compatriotas.
Esa bandera, que lucías por moda, me hizo sangrar por dentro, rompió alguna de esas venas que irrigan el alma, y los médicos no saben zurcir si se rompen.
Volvió todo el frío, toda la neblina, todo el miedo. El de las Islas, el de la desmalvinización, el de la muerte saltando sobre nuestras espaldas, llevando la bandera pirata por único atavío.
Pensé en lo vano que sería tanta muerte, si aún ellos ocupan nuestra Patria, y empezaron a ocupar nuestras cabezas.
Pensé en la madre del correntino, arrodillada frente a una tumba sin nombre, enredando un Rosario en esa cruz, tan blanca, tan sola, tan lejana.
Y pensé en sus brazos de mamá, sin cuerpo que abrazar.
Volví a pensar en vos, en tu sonrisa, tu juventud, y en tu remera.
Estuve a punto de pararte, para decirte todo esto, pero no pude.
Las lágrimas, no me hubieran permitido hablar.